Contraactualidad

Treinta días después de que el último rayo de sol asomara en el cielo de Burgos, en el bar Miami siguen sacando a la calle la carta de helados. Sus visitantes la ignoran y prefieren opciones más contundentes para combatir el frío y la ansiedad. El chocolate lo comerán en sus casas, a manos llenas. Los helados, como las bicicletas, siguen siendo para el verano.

Los aparcamientos frente a la delegación de Hacienda son de pago en una suerte de sutil anticipo de lo que aguarda a quienes allí aparcan. Me gustaría saber cuánto tiempo estiman que pasarán allí ─y cuántas monedas aportarán a la caja municipal─ asistidos por los funcionarios, psicólogos sin carrera que aprenden a diario el modo de transmitir malas noticias. Un día me gustaría observar cómo estos administrados retoman la vida, acceden a sus vehículos y se incorporan a la calle Vitoria. Si lo hacen dispuestos a saltarse todas las normas ─total, qué más da ya─ o si extreman precauciones para tratar de evitar nuevos disgustos. Disgustos, que, pese a todas las medidas, llegarán si hacemos caso a Valle-Inclán y su famoso «mañana será peor».  

Pagar más de 1,50 euros, 250 pesetas de las antiguas pesetas, por un café es un impuesto que grava por igual la socialización y la soledad. No culpo a los hosteleros, a los establecimientos que tienen que pagar la luz, el alquiler, el salario de los empleados y las materias primas con su particular transporte. Pero quien ha permitido esta barbaridad nos quiere en casa, encerrados, ayunando y cocinando en secreto manifestaciones contra los ambiciosos arribistas que lo pagan, o pagaban, a 0,70. Lo peor de todo es que estas manifestaciones abrirán telediarios para vergüenza y provecho de unos y otros. Y que el precio del café seguirá subiendo como una costumbre heredada.

No solo Sabina se va por los tejados como un gato sin dueño, también están los operarios que velan por el estado de las alturas y tratan de evitar que estas también se desplomen. Hoy mismo se me ha colado uno por la claraboya de la buhardilla en la búsqueda del origen de una fuente de agua, no la del Nilo. Verlo allá arriba, sin arnés ni protección de ningún tipo, me hizo valorar su valentía y la de todos aquellos que se ocupan de las cuestiones prácticas de la vida, que velan por que haya agua corriente, luz eléctrica e Internet en cada edificio. Algún día ellos se rebelarán también, junto a las máquinas, contra todos los inútiles que nos las hemos ido dando de sabios al amparo de nuestros títulos. Si nos hubieran visto leyendo el manual de la lavadora…

Sé que hay un país peor que un país con políticos, que es un país en el que no se habla de política. Y que sería peor que nos dedicásemos a hacer política con otros medios, como ya sabemos por Ucrania y Oriente Próximo. Pero creo que somos libres de declarar nuestro hastío y nuestra repulsa hacia esta nueva forma de hacer política basada en el neuromarketing, el cálculo de posibilidades, la construcción de relatos, eufemismo de la más pura y dura manipulación.

Es posible que nunca la hubiera, pero se echa de menos una ética y un sentido de la responsabilidad con el arte mismo de hacer política y gestionar lo público, empezando por el discurso. Los votantes no son clientes ni el político debe convertirse en un comercial a la busca de su papeleta. Si algo aprendí en la carrera, aunque ya intuía que me engañaban, es que las fuentes del ordenamiento son la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho, contrapeso de los eventuales ardores estomacales de los dirigentes, de los clamores populares en torno a una idea romántica o una ocurrencia bien vestida: del gen egoísta de todos y cada uno.

Me gustaría no sentir este desapego por la política, disfrutar escuchando las sesiones parlamentarias, sentir que me representan los mejores entre los mejores, los más virtuosos ciudadanos, vecinos, antiguos compañeros de clase. Pero no, a estos los conozco, batallan cada día por la vida, juegan a la contra, se organizan como pueden, gestionan sus propios proyectos laborales y familiares. Estaban tomando algo en el Miami, saliendo de Hacienda, subidos a los tejados.

Siento que no me interese la actual política porque sé que es aún peor un estado sin política. Pero siento que solo me interesan mis antiguos compañeros, y que no salen por la tele.

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