Verano

Las altas temperaturas del mes de junio han servido de pregón para el que se prevé un verano extremadamente caluroso. De igual manera, las altas expectativas puestas en estos próximos tres meses harán de esta estación una fuente inagotable de amargura. En septiembre el descanso estival habrá resultado insuficiente, la estancia en Venecia grata pero excesivamente breve (y qué olores) y la Montaña Mágica, el Quijote o Cien años de soledad seguirán siendo la lectura del próximo verano. En el pueblo se echará de menos a los que faltan y se comprobará que, efectivamente, ya nada es lo que era.

Reconózcalo. No volverá a enamorarse como cuando tenía quince años. Ahora ya conoce que el amor no es sino una fase de aturdimiento que enseguida se deshace de su ingenuo disfraz. No volverá a caminar en bicicleta (bonita expresión) con sus amigos, rumbo a una poza: la bici ya no tiene pedales y la poza está seca y más bien parece una trampa para osos. Su madre no va a resucitar para hacerle la merienda y quizá por eso ya no quiere el bocadillo de nocilla, del que añora no tanto su sabor, sino aquel cuchillo –y aquellos dedos que lo sujetaban– esparciendo con suma delicadeza la crema por el pan.

Las piernas de Yolanda ya no son aquellas bronceadas y tersas. Tampoco las suyas, blancas y peludas, logran captar su atención. Lo invita a su casa, por cortesía, no con la pasión con la que lo llamaba en el pasado, temprano, para jugar. No suenan igual las olas del mar en sus tímpanos ya maduros. Ni saben igual los helados, aunque siga pidiendo la misma mezcla de sabores. Y hace tiempo que ir a un cine al aire libre le parece perder el tiempo: cualquier historia es peor que la que su abuelo le contaba a la puerta de casa antes de caer la noche. Aunque fuera por décima vez y en ocasiones le aburriera.

Pero ya no puede aburrirse siquiera. Por no haber no hay ni casa en el pueblo. Ni pueblo en realidad, pues los escombros no sienten envidia, no hablan junto al brasero, no se ayudan cuando azota la necesidad. Tampoco hay, es mejor admitirlo, una probabilidad razonable de que el que ahora empieza pueda ser el verano de su vida, pues este habita en el pasado y, como nos dice Paco Umbral –y ya no volverá a decir–, solo se puede soñar el pasado. El futuro es un pasado actuante. Un pasado que actúa como futuro. Confío en que seré feliz porque alguna vez lo fui. Y creo que alguna vez lo fui porque entonces, aquella vez, creía asimismo haberlo sido en otro tiempo. Todo instante de felicidad no es sino la confirmación de que tenemos un pasado. Solo la memoria goza.

Deja un comentario