Con las puertas abiertas

Lanzar una web. Asumir que tras mi nombre y una coma aparezca, como venida del espacio, la palabra “escritor”, una palabra que bien pudiera ser ingenua si atendiésemos a su definición primera –“persona que escribe”– pero que desde el siglo XVIII ha ido cargándose de connotaciones hasta convertirse en un concepto repleto de aristas. Sacar a la luz textos que durante años han habitado en los cajones y estancias invisibles de un disco duro. Determinar, en definitiva, que merecen quedar plasmados en un espacio público, más o menos concurrido, y exponerse a la visión del “otro”, un ser ajeno a su parto, del que tomar prestado su tiempo y su concentración; su capacidad para transportarse a una dimensión paralela deseando reconocer en ella alguna de las constantes universales de la suya propia.

Exponerme, romper los lazos –siempre saludables– de la modestia y el anonimato, desnudar mi mente y abrirme a un mundo exterior que desconozco, en el que puede haber tribus antropófagas o, peor aún, preguntas sin respuesta. Todo ello supone para mí un gesto, la apertura de esta página, que, en lenguaje informático, no deja de ser más que una orden de carácter neutro, desprovista de voluntad, ambición u objetivos. Algo, que en la escala de esta aldea global que ha ido conformándose sin que se nos diera la oportunidad de establecer fronteras o límites a su crecimiento, no ocupa más espacio que el de un buzón de correos o unos columpios.

Columpios que me retrotraen a la infancia, donde empecé, sin saberlo, a pergeñar este sueño. Crecí escribiendo historias, en la materia sólida de un cuaderno o en la densa, pero voluble, de la memoria, repositorio principal del ADN de los relatos que pueblan este sitio de recreo, este Bariloche sin nieve, este Caribe sin mar que será a partir de hoy este espacio donde se aceptan turistas, pero se prefieren huéspedes que lleguen sin fecha de salida y a los que, al menos, cuando deban partir, les cueste despegarse del calor –o el frío– de las atmósferas generadas en cada cuento, de los sentimientos que les despiertan los personajes que las humanizan o de la intensidad de una trama que se pliega y despliega para desesperación de quienes quisieran que la Tierra siguiera siendo plana.

Aquí les espero, balanceándome, y no al compás de los tiempos ni al servicio de jefes que, con cara o sin ella, aspiran a someter las voluntades de todos los miembros de mi generación, de las anteriores y las siguientes. Mi idea es recibirles jugando, práctica que en realidad nunca abandonamos, solo que era más divertido cuando el objetivo final era meter más goles o que la muñeca encontrara un príncipe, que cuando toca sobrevivir en tierra necesariamente hostil.

Están invitados. Las puertas en este espacio, como era habitual en el pasado rural de este país, permanecerán siempre abiertas.

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