Gracias

Decía Cicerón que la gratitud no es solo la mayor de las virtudes, sino también la madre de las demás, así que solo puedo dar las gracias a quienes me enseñaron a pronunciar estas palabras por educación, en primer lugar, domando los instintos y la necesidad nutricional de todo ego que se cree autónomo y autosuficiente y como reflejo natural, de manera derivada, toda vez te das cuenta de que son muchos los motivos para estar agradecido.

 

Por eso debo dar las gracias por el día de ayer, por un lunes 16 de junio de 2025 en el que pude reunir en torno a una mesa a dos entrenadores y mentores, a dos tutores del oficio de entrenar y de vivir. Gracias Jota y Fernando por aceptar esta cita a ciegas y a tres de la que tanto gocé como oyente en primera fila y privilegiado alumno de vuestras enseñanzas a modo de vivencias, anécdotas y conclusiones labradas a base de sangre, sudor y alguna que otra lágrima.

 

Gracias a Letras Corsarias por encontrar un hueco en una agenda de eventos tan multitudinaria y de tanto nivel artístico y literario para ceder un espacio físico y temporal a un humilde entrenascritor de provincias, un hijo pródigo de esta ciudad que es Salamanca que sigue envolviéndome sin abrumarme, abrazándome sin aferrarse a mí cada vez que la visito, sabiendo que debe dejarme marchar para que, de vez en cuando, regrese para alabar su belleza.

 

Gracias a Jota Cuspinera por aceptar otro atraco, el de invitarle a presentar la presentación, a ser el prologuista del encuentro toda vez que ya había aceptado el secuestro de haberlo sido del libro. Gracias a Jota por desplegar su talento para la comunicación que no es otra cosa que el talento para la fascinación y la seducción. Espero que mereciera la pena.

 

Gracias al Café Alcaraván por albergar otro encuentro íntimo entre todos los mundos a los que pertenezco, entre todas las diferentes inclinaciones ideológicas, posicionamientos ante la vida, generaciones a las que pertenezco, ya sea como miembro, devoto o crítico que se reunieron en el altillo donde antaño recitábamos poemas o contábamos cuentos. Gracias a todos los casados y los solteros, los padres y madres, los no padres y no madres, los entrenadores, las entrenadoras, las ex jugadoras que olvidé citar en un error que no me perdono, las profesoras, los enfermeros; los amigos y familiares que quisisteis acompañarme en un día que siempre es especial.  

 

Y es que presentar un libro es una suerte de bautismo para este, pero también para su autor, a quien le suelen temblar las manos, no sobre la pila bautismal, sino en frente de un auditorio que sospecha y espera que tenga algo que decir cuando todo lo que puede decir ya lo dijo, lo mejor que pudo, con derecho a corrección y supresión, en el propio libro. Un libro que ya no es mío, que es de todos, que espero que os hable de baloncesto, pero del baloncesto que vivo como aficionado y entrenador, esa maqueta a escala de la vida en la que, a partir de reglas muy básicas, los hombres y mujeres juegan a algo a priori muy sencillo: encestar (y evitar que el oponente lo haga) un balón en un aro.

 

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