Llámate Risto Mejide

Siguiendo la peor tradición de los escritores de cuento y relato, me atrevo a sugerirte diez puntos para que tus obras literarias sean leídas en España. Su redacción no es otra cosa que el resultado de un análisis de la lista de libros más vendidos en los últimos meses unida a un breve escaneo de la realidad sociológica a partir del último CIS.

Uno. No leas más de la cuenta. Si acaso las publicaciones en Facebook de no más de dos líneas que acompañan a una fotografía; los prospectos, solo si te va la vida en ello, y un microrrelato, en el peor de los casos, para atajar una posible inclinación poética hacia los simbolistas franceses o el culteranismo gongorino.

Dos. No dejes títere con cabeza. Critica cualquier texto que le haya llevado al autor más de una semana de trabajo –de no hacerlo, las condiciones laborales de los presentadores de noticias que también escriben se verían muy mermadas (no te digo la de sus negros). Revela las inconsistencias de vestuario de Madame Bovary –¿por qué lleva tanta ropa una mujer tan lujuriosa?– y las incoherencias dialógicas (¿quién puso esto aquí?) de los personajes de las novelas de Hemingway –¿por qué en Fiesta no se habla en un inglés con acento pamplonica? Hazlo, esto sí, con un tuit o un texto de similar extensión. Nadie leerá una reseña.

Tres. Escribe fantasía. La fase de documentación de una novela realista o histórica lleva mucho tiempo y podría impedirte dialogar con tus lectores por Snapchat o Periscope. Sitúa la trama al menos veinte años atrás, en una fecha de la que los jóvenes actuales no tengan la más remota idea. Así podrás fabular a discreción, arbitrariamente, haciendo uso únicamente de la imaginación y tus escasas lecturas (ver punto uno).

Cuatro. Incorpora doble ración de azúcar al chocolate con churros. Edulcora la leche condensada, cocina con sacarina el lechazo al horno. Sube la temperatura de insulsas tramas cotidianas para que el pastel se eleve hasta los límites de la bandeja superior. Vomita si es necesario, con la única condición de que nadie te vea.

Cinco. Haz que tus personajes hablen como los lectores, con idéntica precisión lingüísitica, con sus dejes característicos. Emplea la jerga adolescente aunque el que intervenga sea un policía nacional a punto de retirarse o el magistrado titular del juzgado número uno de instrucción de Alcalá de Henares. Recuerda que el porcentaje de egresados universitarios procedentes de la LOGSE crece cada año.

Seis*. Piensa en tus amigos y en la impresión que tendrán de tu obra al leerla. Cuenta la historia como si fuera la de todo el mundo y su criterio el único al que atender. No de otro modo se obtiene rédito económico del cuento.

Siete No escatimes en signos de exclamación o puntos suspensivos. Ello te delatará como un escritor actual y, como tal, ignorante de todos los decálogos sobre escritura que redactaron autores como Kipling, Allan Poe o Leonard. ¿Cuántos libros venden estos tipos? Nunca los he visto por la Moraleja.

Ocho. Cuida tus uñas. Mañana empieza la feria del libro de Madrid, el día de más trabajo del año. Acude a tu esteticien, convence a tu gato para salir de casa. Piensa en una dedicatoria personalizada para cada Luisa, Marta o Laura de turno. Realza tu lado feminista. Marca paquete.

Nueve. Habla de amor, ofrece autoayuda, incluye dibujitos. Insulta a la inteligencia del lector, termina con el elitismo que envuelve la figura del libro.

Diez. Sé un animal televisivo, aunque luego te sientas obligado a lavar tu imagen dirigiendo programas algo más sesudos. Escribe cosas cuquis llenas de repeticiones, metáforas y lugares comunes. Publica los votos de tu boda con una mujer de la mitad de tu edad. Vende lo que aún no has escrito. Llámate Risto Mejide.

*Parodia explícita del punto X del Decálogo del buen cuentista de Horacio Quiroga.

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