La tesis de Albom… Y la mía

Justo cuando quería defender el sinsentido de la vida, argumentar que hay numerosas situaciones que simplemente suceden, sin un destino, sin un propósito, me he encontrado con una frase de Mitch Albom que viene a decir que todo pasa por algo, aunque en el momento no lo sepamos. Y después de leer a Mitch Albom, de intentar extraer la corriente filosófica de la que se alimenta, de comprender el estado de ánimo en el que pronunció frase tan solemne, sigo pensando lo mismo. Debemos llevarnos mejor con lo insustancial, con lo carente de significado, y aceptar el modo caótico y azaroso con el que se suceden y los días y las noches, la única combinación más o menos previsible que regula nuestras comidas, nuestro sueño y nuestras visitas al retrete.

 

Llevo justo un año queriendo deciros que hace justo un año defendí una tesis nada formal y/o canónica en el departamento de Filología Inglesa, pero que corresponde al Departamento de Literatura Española e Hispanoamericana (nótese el exilio). Una tesis sobre los fundamentos de la didáctica de la escritura creativa, un negocio cada vez más lucrativo, o que al menos lo era antes de la crisis de inflación y la guerra de Ucrania (o viceversa) y que, como tantas otras cosas, se basa en una presunción poco discutida: ¿se puede aprender a escribir? Nadie lo sabe y poco importa: hay oferentes y demandantes, profesores y clientes, amén de unos cuantos intermediarios que cobrarán por conectarlos. O por lo que sea. A ver si Mitch Albom me va a decir que también los intermediarios existen por algo, aunque ahora no lo sepamos.

 

El día fue divertido, uno de esos sueños (de otros) cumplidos, el final de un camino en el que leí los ensayos de grandes autores, obras sobre su propio proceso de escribir redactadas a punta de pistola. Porque sí, a los escritores nos/les gusta hablar de su trabajo, pero solo si en la audiencia hay mujeres interesantes, siento rescatar este viejo tópico aparentemente machista, pero que, en realidad, enmarca a los hombres como seres excesivamente simples, sin mayores intereses más allá de la reproducción o la demostración de competencia. También leí numerosas correspondencias con el afán curioso de quien encuentra unas bragas en el cajón de su hermana mayor (abundo en el tópico, no me juzguen y lean con una pizca de inteligencia y comprendan definitivamente lo salido que estoy). Y libros de neurociencia de los que entendí poco o muy poco y fingí comprender algo o bastante.

 

Hace un año que soy doctor a ojos de la comunidad universitaria, mi familia, mi pareja, su familia, mis amigos y alguno de los suyos, que deberían ser automáticamente los míos, pero no todo es tan sencillo. Es decir, para los que me conocen y para todas aquellas instancias ante las que presente mi título de doctor. Y no siempre, porque a veces tu nivel de estudios primarios y secundarios es más importante, quizá por ser el primero, y es el que figura en el contrato de trabajo en el que no solo ayudará, sino que molestará, que seas doctor y a pesar de todo hayas leído, hayas entendido lo que has leído y quieras tener opinión propia.

 

Los caminos están trazados. Querer ingresar en una institución académica requiere de una pizca de talento y grandes sacrificios, sacrificios que solo estaría dispuesto a hacer en caso de haber nacido con esa pizca de talento que la naturaleza me vetó. La universidad desecharía a un Van Gogh, obsesionado con la excelencia, pero poco disciplinado en su búsqueda de la virtud, y promocionaría a Sísifo o Job, pacientes y sufrientes aspirantes a una plaza que muchos no conseguirán. No se equivoquen, los que llegan suelen estar preparados, no digo lo contrario, pero por el camino se quedan tantos expertos con mayúsculas, tantos apasionados estudiosos, que es una pena que los criterios de eficacia que podrían aplicársele a una máquina de hacer lonchas de jamón de york sean los mismos que determinan el futuro de la enseñanza superior en este y otros muchos países.

 

Pero todo pasa por algo, así que no se preocupen si están algo pálidos o no llegan a fin de mes. O si amarillea su título de doctor junto a las fotos de sus hijos, a los que hace años que no ven. Mitch Albom tiene la respuesta. Léanlo y dejen para mañana, o mejor para pasado, a Montaigne.

3 Replies to “La tesis de Albom… Y la mía”

  1. JuanJo , enhorabuena. No sabía que ya habías defendido tésis doctoral.
    Estoy segura que JuanMa estaría muy orgulloso de tí.
    Te felicito de todo corazón.
    Un abrazo,
    Marina , Mamá de Juán Manuél.

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